
Mi tatarabuelo era un ferviente cristiano, además de un gran republicano. A mi parecer, fue uno de esos pocos españoles sensatos, que saben separar las cosas y no mezclar sabores. Entre sus facetas de inventor, maestro, pensador y músico, encontramos la de poeta. Y, como todos los buenos poetas, estaba enamorado de su tierra: Jérica. El poema que pongo a continuación fue escrito en mil novecientos treinta y seis. No parece que fuera un momento adecuado como para hacerlo...
¿Quién ha visto el campanario
vestido de luz eléctrica;
como un colosal diamante,
deslumbrando las estrellas?
Yo vi una noche la luna
circundando la veleta;
cuatro sectores de luz,
y en el centro una cruz negra.
Desde entonces he creído
que las cruces son eternas;
podréis cortar las de hierro,
podréis romper las de piedra,
podréis incendiar los templos
con las bellezas que encierran;
pero sabed, mis hermanos,
que no podréis por la fuerza
ni arrancar la cruz del alma,
ni borrar de Dios la idea.
¡Ah, el bello campanil,
qué bien sirve de señera!
Veinte siglos fue baluarte,
antes que torre mudéjar;
y con la cruz por remate,
la fe de Cristo confiesa.
vestido de luz eléctrica;
como un colosal diamante,
deslumbrando las estrellas?
Yo vi una noche la luna
circundando la veleta;
cuatro sectores de luz,
y en el centro una cruz negra.
Desde entonces he creído
que las cruces son eternas;
podréis cortar las de hierro,
podréis romper las de piedra,
podréis incendiar los templos
con las bellezas que encierran;
pero sabed, mis hermanos,
que no podréis por la fuerza
ni arrancar la cruz del alma,
ni borrar de Dios la idea.
¡Ah, el bello campanil,
qué bien sirve de señera!
Veinte siglos fue baluarte,
antes que torre mudéjar;
y con la cruz por remate,
la fe de Cristo confiesa.
Francisco Monterde Monzonís