
Es fascinante que un cuerpo tan grande como la luna lo contemplemos como si fuese una canica. Cabe perfectamente en el objetivo de mi telescopio. Pero si nos fijamos con detenimiento, la luna está bombardeada por todas partes: tiene cráteres inmensos, algunos mayores que las ciudades más grandes de la Tierra. Cuando se encuentra en estado creciente o decreciente, las sombras se ven con más claridad. Te das cuenta de que es una esfera, un grandísimo cuerpo que gira alrededor de nuestro planeta, no se trata sólo de un punto en el cielo que aparece y desaparece. Si dejas pasar el tiempo, puedes ver cómo la luna, las estrellas, el Universo entero está en movimiento. Un movimiento que hace que las carreras de Fórmula 1 o los aviones a reacción sean un chiste en comparación con el movimiento del Cosmos. Todo se mueve a una velocidad vertiginosa y, para nosotros, se presenta lenta, casi inmóvil, cuando se trata de todo lo contrario.
Lo más grande parece pequeño, pero basta acercarse a lo más grande para ver nuestra pequeñez: basta intentar seguir su ritmo para darnos cuenta de cuán poco podemos. Lo discreto, lo más grande, puede más que lo más pequeño y parece que lo que hace sea pequeño. Las estrellas son un ejemplo de ello: no podríamos vivir sin el Sol. Sin embargo, parece que el Sol, a muchos, sólo les preocupe para que en verano puedan lucir el bronceado… Pero ¿cuánta importancia tiene el Sol? Absoluta. Sin el Sol, apaga y vámonos, no hay nada que hacer. No podemos sustituir el Sol, ni siquiera podemos valorar, en su totalidad, qué importancia tiene el Sol para la vida en la Tierra. ¿Cuánta importancia tendrá, pues, nuestra Galaxia, las demás, el Universo entero? ¡Ah, nunca lo sabremos, parece tan pequeño ante nuestros ojos…!
Las estrellas que más llaman nuestra atención no están en el cielo, sino aquí, a ras de suelo. Juegan al fútbol, hacen películas, dirigen los países y ganan mucho dinero. Lo más triste es que, en realidad, no tienen ninguna importancia para nuestra vida, pero hacen más ruido que las estrellas de verdad. Esas estrellas agotan su vida. Muchas se la quitan o hacen que otros arruinen la suya, no son como las estrellas de verdad. Las personas jugamos a ser estrellas. ¿Cuántas lo consiguen en realidad? ¿Cuántas personas son estrellas, es decir, cuántas aportan, de verdad, a la vida? ¿Quiénes son nuestras estrellas?
Las estrellas de verdad pasan desapercibidas. Hacen que nuestra vida esté llena de riquezas y nosotros, yo más que nadie, no vemos todo lo que nos dan. Seguramente están a mi lado, a nuestro lado. Son esas personas grandes como soles, como estrellas, que nos dan calor, que llenan nuestras vidas y que estamos acostumbrados a verlas cada mañana, cada noche. Hacen que la vida entre en movimiento, sin que se note. Viven con nosotros, son nuestros padres, abuelos, un amigo, una amiga (o muchos); puede ser ese profesor que te corrige cuando te equivocas, tu hermano cuando te gasta una broma pesada o tu hermana cuando no te deja ver lo que tú quieres en la tele. Pero, como las estrellas del cielo, hace falta pararse un momento, subir a la azotea, acercarse un poco al cielo que nos ofrecen y mirar por el telescopio para ver, con asombro, que estamos rodeados de cosas grandes, de estrellas inmensas que parecen pequeñas…