Hoy te escribo a ti, mujer, porque necesito hacerlo. He tenido
que pararme a decirte esto porque creo que me traicionaría si me quedara
callado. Ya me conoces, sabes que me encanta la filosofía. Y como no paro de
pensar en tantas cosas y de intentar exprimirles todo su jugo, me he visto obligado
a escribirte, porque eres lo que más admiro en este mundo. ¿Qué clase de filósofo
sería si no te dedicara mis palabras? Te las escribo y no me enrollo más… ¡Cómo
se nota que soy levantino!
Quiero referirme a ti como filósofa, como maestra, como
sabia… Pero como una filósofa excepcional, única y original. De esas que son
inimitables. Estoy convencido de que sabes más que yo y por eso tengo que
escucharte atentamente cuando me hablas. Consigues que me acerque a la
realidad, que deje mis abstracciones para percibir la riqueza de los detalles
de las cosas. Haces que la realidad tome forma, nombre, palabra… y deja de ser
anónima, irreconocible y abstracta. Ese tipo de realidad tan masculina, tan
objetiva, tan alejada de los seres y sus esencias.
¡Qué ciego soy! Basta que tus palabras acaricien mis oídos
para que mi corazón se despierte, para que todo tenga sentido y la razón que me
aplasta pierda su peso, dándole a mi alma la libertad que solamente tú puedes
darme. Mi “energeia” deja de imponerse sobre el mundo y mi corazón se enciende cuando
te escucho: se convierte en fuego, ese fuego que abrasa y que no quema, que no
consume, sino que te eleva hasta la eternidad.
Eres sabia… Eres filósofa… Pues sabes conocer al hombre
cuando lo miras a los ojos, cuando lo escuchas, cuando callas, cuando le hablas
y lo acaricias. Le haces comprender la singularidad de su existencia y de su
vida cuando en tus labios se escucha su nombre y cuando en tus pupilas se refleja
su rostro. Y lo haces sin silogismos ni artificios dialécticos… Basta solamente
la sencillez de tu amor para convertirte en una verdad tan viva, tan ardorosa y
excepcional, que solamente puedes ser comparada con Dios.
No me extraña que al crearte tomara una de las costillas de
mi costado, porque la costilla es lo que mejor protege y mantiene vivo el corazón.
Cuando me faltas siento pánico, como el niño que se encuentra solo en medio de
la calle. Y por eso te necesito como maestra y quiero ser tu discípulo. Sólo si
tú me lo concedes. Y si tengo el privilegio de que te decidas a modelar mi
corazón como el buen artesano, seré el hombre más feliz del mundo…
Contigo seré filósofo, un auténtico amante de la verdad.
Pero si no me miras, me iré a las montañas, lejos, buscando la soledad. Porque
sé que sin ti no podré comprender tu mejor secreto: que la filosofía no es sólo
el amor a la verdad, sino que la verdad tiene que convertirse en amor; el amor
que me mira, que me dice quién soy y que me une a ti, dándome el privilegio de
la eternidad.