Vuelve a hablarse en el debate público del tema del aborto.
Cuando se habla de ello prefiero no implicarme. La razón es la cantidad de
sentimientos contrarios que genera y la capacidad que tiene este asunto para enfrentarnos
con personas con las que nos cruzamos todos los días. Personas con las que
quizá en más de una ocasión nos hemos reído o con las que hemos compartido
algunos momentos de nuestra vida, pero que al hablar del aborto se convierten
en contrarios, casi en enemigos… Y no entiendo por qué permitimos que personas
que no conocemos, como son los políticos, generen tanta crispación entre
nosotros.
Sin embargo, no puedo negar que el tema del aborto me
afecta. Aunque prefiera mantenerme al margen, no puedo negar que el corazón me
da un vuelco y me llena de tristeza ver la ira que produce un asunto tan
delicado como es un embarazo. Personalmente, veo que tratamos el asunto según
nuestros intereses. Intereses que pueden ser íntimos, morales, económicos,
políticos o religiosos. Se trata de intereses que pueden estar legitimados o no
según la visión de cada uno, pero que quizá no se hacen cargo de la realidad
del embarazo.
No soy político, ni científico y tampoco pertenezco a alguna
organización que se haga cargo de la realidad que viven las madres en la
actualidad. Además, soy varón, y como tal, quizá, no sea el más apropiado para hablar
de las preocupaciones que anidan en el corazón de cada mujer cuando se queda
embarazada. Pero sí que tengo experiencia de lo que supone un embarazo
dificultoso en el que la vida de la madre corre peligro.
Sin ir más lejos, mi madre se quedó embarazada de mi hermano
pequeño hace ya once años. Fue lo que podríamos llamar un “embarazo
inesperado”, pues estaba más que advertida por los médicos de que si se quedaba
embarazada corría el riesgo de morir… A pesar del miedo, ella no dudó en seguir
adelante.
Recuerdo que fue un acontecimiento que implicó a toda la
familia, porque todos, dentro de nuestras posibilidades, hicimos lo posible
para ayudar a mi madre. Familiares, amigos y conocidos se volcaron para que el
embarazo llegara a buen término. No faltaron las dificultades, las críticas ni
los comentarios que intentaban minar el ánimo de mis padres, pero todo ello
hizo que ellos se abandonaran aún más en la Providencia de Dios y en la ayuda
de aquellos que los apoyaron.
Fue una de las experiencias más enriquecedoras de mi vida:
todos pusimos de nuestra parte para hacer que la vida de mi hermano fuera
posible y para que la salud de mi madre no corriera peligro. Mi padre demostró
lo que es ser “un hombre todoterreno” que se adapta a cada circunstancia de su
matrimonio.
Sólo puedo decir que la experiencia del embarazo de mi hermano
me hizo comprender que trabajar porque la vida humana acontezca en este mundo
vale la pena. Ahora mi hermano pequeño está a punto de pasar a 1º de E.S.O, que
es el curso en el que yo estaba cuando él
apareció en nuestra familia, y me encanta ver que gracias a él mi
familia se mantiene joven, porque la diferencia de nuestras edades nos obliga a
comprender las vivencias de cada uno de los miembros de la familia. Ese
“embarazo inesperado” nos hizo esperar la vida de mi hermano y llenó de
esperanza nuestras vidas, porque nos obligó a todos a mirar hacia delante para
preparar el futuro del más pequeño de la familia.
Desde entonces puedo decir que toda vida humana es una
ocasión de futuro, una oportunidad para construir nuestra vida junto a los
demás y hacer que nuestro mundo sea más acogedor y humano, un lugar en el que
el amor se realice constantemente a pesar de las dificultades que surgen en el
día a día…