Roma
está ardiendo.
Esta es, quizá, la frase que hila toda la argumentación de la película Leones
por corderos. El film dirigido por Robert Redford es un
reclamo de responsabilidad ética ante una situación que nos es dada. Quizá,
viendo la película, nos hacemos cargo de lo que supone la responsabilidad, que
en su origen latino es respondeo: responder.
La
película trata de la respuesta, del modo mediante el cual cada uno de los
personajes, hasta los espectadores, se sitúan ante un conflicto que nos afecta
a todos, como es la guerra de Afganistán, y que, en apariencia, solamente
depende de aquellos que ostentan el poder de decisión política y estratégica.
Pero
no. La respuesta al conflicto no depende solamente de los políticos, sino de
aquellos que se atreven a mirar a los problemas a la cara, incluso de aquellos
que se mantienen indiferentes. No caben sujetos pasivos, incluso la pasividad
es actividad, decisión de uno ante el problema. Aquí está el debate entre
Stephen Malley y Todd Hayes. El profesor universitario enfrenta a su alumno
ante el problema y le reta a decidirse, haciéndole ver que la pasividad es una
decisión que tiene consecuencias, que aunque los resultados de nuestras
acciones no solucionen el problema, el hecho de no hacer nada supone una
pérdida mayor que el haber intentado solucionar el problema en el que estamos
implicados, queramos o no.
Personalmente,
esto me ha recordado el planteamiento socrático de la ética. Sócrates entendía
que más vale padecer una injusticia que cometerla. En cierto modo,
no buscar la justicia es una forma de injusticia. No arriesgarse por la
justicia y comprometerse con ella es una manera de contribuir con la
injusticia. Por ello, ser pasivos ante el mal es hacernos cómplices de él.
Puede que buscando la justicia padezcamos la injusticia, pero al menos habremos
salvado nuestra conciencia y seremos inocentes ante la mirada de todos aquellos
que no hacen nada (o que sí que hacen) y, sobre todo, ante la mirada de nuestro
corazón.
Este
es el caso de Ernest Rodríguez y Arian Finch, dos jóvenes estudiantes que se
comprometen con sus ideales de justicia y se enrolan en el Ejército de los
Estados Unidos para combatir en Afganistán. Quienes hayan visto la película
entenderán de lo que estoy hablando.
Dejar
que arda Roma es peor que incendiarla, porque manifiesta la
pobreza de nuestra voluntad, que es incapaz de reconstruir aquello que otros
destruyen y de hacerse cargo de sí misma, dejando que la comodidad y las
circunstancias rijan nuestra vida. Al actuar de este modo perdemos la
oportunidad de ser autores y protagonistas de nuestra vida, porque son otros
quienes, cometiendo la injusticia o enfrentándose a ella, escriben los
capítulos de la Historia. Dejar que el curso de los acontecimientos dependa del
azar o de las decisiones de otros es renunciar a la libertad, es dejar de ser
persona, perder la oportunidad de serlo en plenitud.
Así
es como, más o menos, le plantea el problema el profesor Malley a Todd Hayes.
En cierta manera, el peor enemigo de los Estados Unidos no son los talibanes ni
los terroristas que estrellaron los aviones contra las Torres Gemelas el 11 de
septiembre de 2001, son los ciudadanos americanos que optan por la
indiferencia. Sin lugar a dudas, podemos afirmar que la indiferencia es la
enemiga de la justicia y de la civilización.
Del
mismo modo, justificar nuestras acciones, sean cuales fueren, para alcanzar la
justicia es una manera de acabar con ella. Es el problema de los medios para
alcanzar el fin propuesto. ¿Acaso podemos lograr el bien mediante el mal?
¿Podemos lograr la paz preparándonos para la guerra? El fin no justifica los
medios, pero cuando no se sabe qué medios son justos, solamente podemos
atenernos a los resultados.
Tal
es la situación de Jasper Irving, el senador norteamericano que pretende
cambiar la estrategia de acción del Ejército de los Estados Unidos en
Afganistán. Su objetivo es la victoria, no el examen de conciencia por los
errores cometidos en anteriores misiones. La conciencia debe examinarse una vez
se haya alcanzado la victoria. La razón es la guerra: una agresión bélica no se
soluciona con la diplomacia ni con la deliberación ética. Oculum pro
oculo, dentem pro dente, ojo por ojo, diente por diente. Y no sólo eso: hay
que acabar con el enemigo para ser garantes de la libertad que los Estados
Unidos anuncian.
La
responsabilidad ética de los dirigentes estadounidenses tiene un ordenamiento
diferente, pues de ellos depende la veracidad de los principios de la libertad
americana y no pueden dejarse humillar por aquellos que no los comparten o que
los consideran una herejía, como es el caso de los radicales islámicos. Se
trata de un conflicto cultural que no puede solucionarse mediante el diálogo,
pues se trata de un aut-aut, de dos modos de ver el mundo
contradictorios, dos modos de vida que ni la mejor de las tolerancias lograría
armonizar con las leyes de un sistema democrático.
Quizá
podemos decir que la actitud del senador puede resumirse así: la
victoria o la muerte. Cuando la periodista Janine Roth entrevista al
senador Irving se encuentra con el dilema moral de aceptar tales actuaciones o
no, se pregunta si es un deber moral hacer públicas las verdaderas intenciones
de Irving, que, bajo la bandera de la libertad y de la justicia, es capaz de
hacer cualquier cosa para alcanzar la victoria. Hay que tener en cuenta que los
Estados Unidos son la mayor potencia militar del mundo y que una decisión así
podría suponer la guerra total, el bellum omnium contra omnes.
Si
se llegase a esta situación, evidentemente el remedio sería peor que la
enfermedad. Sin embargo, aunque no se llegase a una situación así, la
periodista se pregunta si no buscar la verdad, si no esclarecer las verdaderas
intenciones de Irving, es acaso una renuncia a la justicia, fracasar en su
vocación periodística y ser infiel a sí misma, a los ideales que le han
inspirado a trabajar siempre. Ella se encuentra con un problema inmenso: quizá
las vidas de miles de personas dependan de la veracidad de sus palabras. Se da
cuenta de que el silencio puede llegar a convertirse en un crimen.
La
omisión de la justicia es una injusticia. ¿Ser o no ser justo? Esta es la cuestión.
Quizá las palabras de Hamlet nos ayuden a enfrentarnos al problema y deliberar,
como él, si vale la pena ser cómplices de la injusticia con nuestra
indiferencia, con nuestra comodidad o con nuestro escepticismo. Ante la
justicia no cabe situarse en un punto intermedio o quedarse al margen. Es un sí
o un no el que hace que nos decidamos. Los peros, las ambigüedades y los juegos
de palabras colaboran para que no pueda alcanzarse y hacerse real.
Quizá
nuestro modo de decir sí a la justicia sea lo que determine el lado en el que
nos coloquemos, porque un no rotundo será, lo más seguro, una decisión
demasiado extrema, una decisión que en los discursos sobre la justicia nadie
quiere tomar por ser políticamente incorrecta. Mientras tanto, el debate ético
omite la decisión por la justicia, perdiéndose en palabras bien escritas y en
discursos que no se atreven a ver la realidad y a aquellos que mueren siendo
víctimas del silencio o mártires de la verdad al haberse atrevido a acudir a
los lugares donde es necesario actuar sin demora.
Las
miles de mujeres violadas y asesinadas en Siria, en Irak, los niños muertos en
la franja de Gaza, los cristianos decapitados y crucificados por el Estado
Islámico, no pueden ser ya ni lo serán nunca sujetos que participen en una
situación ideal de habla… La sangre de los inocentes ha empapado las páginas de
nuestros discursos sobre la justicia, la igualdad y la tolerancia; nuestros
ideales están enterrados bajo los cadáveres de todos aquellos que han perdido
su vida ante la boca de los fusiles de asalto o el filo de los puñales y yacen
ahora en una fosa común.
Nuestra
realidad supera la ficción. Roma no solamente está ardiendo en la película: el
Oriente está en llamas y se están extendiendo hacia el Oeste. Nos enfrentamos
al mismo problema, incluso aún mayor. Los resultados de nuestras decisiones los
veremos dentro de unos años, pero no como espectadores de una película, sino
como protagonistas del conflicto.
Tendremos
que enfrentarnos al problema como el senador, la periodista, el profesor o el
alumno. Incluso habrá que desempeñar nuevos papeles que no están previstos en
el guion. La película nos puede ayudar a anticiparnos a los acontecimientos y a
decidirnos de antemano por la justicia y arriesgarnos, como Sócrates y Hamlet,
a ser fieles a la verdad aunque ello nos lleve a la muerte.